jueves, 15 de enero de 2009

El héroe frente a tu espejo

Más de una vez me he descubierto recordando la historia de "Erbop Zilefni, héroe mítico, educado en el "elevado" arte de la guerra, y al que sus innumerables hazañas le habían hecho descubrir el deleite poderoso de la lucha. El inmenso valor de la batalla. El dulce sabor de la victoria "merecida", capaz de elevarte al más preciado de los pedestales.

Desconocía otra vía. Ignoraba cualquier otra posibilidad.

Un día, aburridos como estaban los dioses, de tanta batalla sin sentido, tanta inútil devastación, tanto enfrentamiento de dudoso resultado... se permitieron tomar la decisión de no prestarse más a ese "juego". Y es así, que desde ese instante, en cónclave mayor, decidieron expulsar al destierro a la lucha y declararla "non grata", abolida en aquellos territorios.

Pero Erbop, que no sabía de otros artes, que no había conocido de otras tareas, no quiso dejarse arrastrar por esa cobarde decisión que le apartaría de la aguerrida empresa en que había convertido su vida. Y de ese modo, y tras infructuosa búsqueda del contendiente adecuado con el que batirse en tan excelsas lides, acordó que por sí mismo era suficiente.

Conocía la estrategia, sabía de logística, era un maestro en el asedio. Podía hacerlo. Se retaba a sí mismo como "enemigo a batir". La batalla seguía viva. Más viva que nunca.

Se declaró a sí mismo su más preciado enemigo.

Y desde su trinchera, apostado con sabio acecho, observaba su otra trinchera, unos metros más allá, donde él mismo recibiría y sabría dar cumplida respuesta a los ataques "autopropinados".

Y cuando la ocasión resultaba propicia, tensaba su atinado arco y soltaba aquellas flechas destinadas a destruir la resistencia "autoenemiga" que desde el frente le encaraba. Y en ese instante, impelido por la fuerza del ardor guerrero que le habitaba, salía, raudo, hacia las posiciones contrarias, dispuesto a recibir el ataque, con la voluntad de otorgarle valiente y proporcionada respuesta.

Y en ese juego maquiavélico, resultó que, cada vez que llegaba a tiempo, sus propias flechas le acertaban de pleno provocándole la muerte instantánea en su heroica gesta... y cuando, por algún error de cálculo, no era capaz de alcanzar su otra trinchera a tiempo, se maldecía una y otra vez por su incapacidad para haber estado a la altura de lo que podía esperarse de él, por no haber sido capaz de alcanzarse como propio objetivo. Y en esas ocasiones, encendido de frustración, volvía a pergeñar el insólito ataque con ansias renovadas y más "autoodiado" que antes.

Y vez tras vez, o moría, o se castigaba furioso por no haber llegado a tiempo, por no haber estado a la altura de lo que de él mismo podía esperar.

Y este juego espiral de tiempos y espacios se repetía una y otra vez, como en una sala de espejos enfrentados, dibujando imágenes infinitas. Hasta que un día, compasivos, los dioses decidieron mostrarle la verdadera esencia de su juego:

Su elección ya le había hecho morir mucho tiempo atrás. Él había dejado de existir en el mismo instante en que había tomado la decisión de luchar contra sí mismo. Y ahora, transmutado en "guerrero espectral", se afanaba infructuoso en un juego inútil de imposible e interminable final.
Y, de hecho, esta aparente realidad, no era más que una broma irónica de la memoria que su ardor había dejado impregnada en aquel lugar. Ese aroma, ya vacío de esencia, que seguía esparciendo su "triste estela" por los campos de batalla.

Y se cuenta que, muchos años después, hubo quien llegó a comprender el sentido absurdo de tan irónico juego. Pero también hubo quienes, preñados de la seguridad de haber descubierto donde falló la estrategia de nuestro malogrado héroe, siguieron perdidos en la "valiente tarea" de practicar ese juego de espejos enfrentados al que Erbop Zilefni se vio condenado para toda su eternidad."

Y hoy, que la recuerdo para ti, no quiero pasar de largo mi cariñoso homenaje al Pobre Infeliz protagonista de esta historia. Y si alguna vez, un juego de espejos enfrentados te invita a contemplarte en estancias parecidas, hasta más allá de donde tu imaginación alcanza... no tengas prisa, decide si te apetece lanzar una flecha, o acaso, si te concedes la oportunidad, recorrer el trecho que te separa hasta tu trinchera opuesta y allí, en un autoabrazo fraternal, firmar la paz contigo mismo. O por lo menos... una merecida tregua.

luis bueno. http://www.efeteando.com/

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